martes, 2 de octubre de 2012

De los enanos de Reox

En la taberna de MORDHEIM se escuchan los cánticos de los enanos de la victoria del día de hoy 
Reox alza la pequeño atronador que resistió una embate del troll y que el noble aprovecho para decapitar al gigante con su hacha la otro lado Balin el matador muestra la cabeza del orco que sucumbió al ataque de sus hachas 
pero una hay mas batallas por contar y una mas cerveza por beber 
salud!! que esta noche es celebrada por los estos enanos.

Banda de enanos matadores de Luis Albarracin.

Llegada de los Hombres bestia

Grolun Craneoazul bailaba alrededor de la hoguera, igual de azul que las llamas de su cráneo; en ella se quemaba la ofrenda de piedra bruja a su señor. En su primera incursión a la ciudad bendecida por el caos Malkthorg había teñido su hacha con satisfacción. Una banda de delgaduchos elfos se presentó cuando incursionaban en el coliseo de la ciudad, resultaron fácilmente emboscados por la velocidad de Gartrox que de un hachazo decapito a su hechicero, ante la sorpresa los elfos se retiraron. Después de asegurar la zona un sabueso encontró un túnel que los llevo a una cueva repletas de piedra bruja… y a unos tozudos enanos, el tapón pelirrojo resulto ser un digno oponente, pero sus compañeros al ver a su ingeniero desangrándose en el suelo y su capitán luchando por su vida huyeron dejando el botín y empujando entre dos al matador que no dejaba de maldecir… Malkthorg escuchaba en sus venas oscuras, la aprobación de su señor… ya vienen mas guerreros.

De la banda de Malkavoran.

lunes, 1 de octubre de 2012

Diario de Bilbo Huertogrande IV


Día 1 
después de “La Despedida a Campos Verdes de Las Tierras Venideras, a lo alto del Río Largo de Cornevilla la Hermosa, hogar de la familia pastelera hermana de la segunda tía primera de la familia Huertogrande, primera familia en… sabéis, no es de importancia.”
El primer día de nuestra aventura. Una aventura en busca de riquezas, peligros, comida, paisajes exuberantes y comida.
Un día en el que partimos nosotros:
Mi fiel y viejo amigo, sin guardarse molestias de que es el mejor chef de toda nuestra comarca, el cocinero Dogromirio Piesligeros de los Piesligeros de Campos Verdes; Mi amado nieto Bilbo Huertogrande VI; Mi sobrino nieto de parte de mi esposa fallecida, que los dioses la cuiden en su reino, Faloberto Rimirez o “El hábil”, como se hace llamar el mocoso; unos primos terceros de parte de mi tía Lucinda Villacerdos I; algunos sobrinos quintos, y uno político, de la rama de mi hermano Silbo Huertogrande II; también, unos tíos de mi joven nieto Bilbo de parte de su madre, que se nos colaron en la salida, lo bueno es que trajeron un cerdo; y por último, el medio hermano de mi viejo amigo Dogromirio, no estoy muy seguro en cómo se gana la vida, pero me han contado que es bueno “lidiando” con gente peligrosa, algo que no nos quiso mencionar fue su nombre, aunque, gracias a mi muy viejo amigo Dogromirio, descubrimos que su nombre es: Ribofalobertoguslanitasnachoseverosandro Hierbalegre XIII, le decimos “Trece (13)”.

Día 2 
después de “No es de importancia”
Mientras caminábamos por bosques no muy lejanos de Campos Verdes, nos encontramos con un rastro de huellas muchísimo más grandes que nosotros, incluso, mucho más grandes que mi gordo y viejo amigo Dogromirio (bueno, casi). Descubrí que son pisadas de Ogros. 13 nos confirmó que eran dos. Continuamos viajando, ahora más precavidos y animados por ésta inesperada sorpresa.

Día 3 
después de “No es de importancia”
Decidimos recorrer el sendero al lado del bosque, no queremos meternos con esas criaturas aún. En el camino nos encontramos a un viejo humano bigotón, le preguntamos por direcciones, pero este no paraba de decirnos: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, Peter”, quedamos un buen rato confundidos, no me había sentido así de perturbado desde que era un jovenzuelo de 29, y al final el viejo no paraba de gritar: “Excélsior!”
Qué día tan raro, que bueno que el viejo no nos siguió.

Día 4 
después de “No es de importancia”
Nos encontramos con una caravana curiosa. Se hacía llamar “El Carnaval del Caos”. Los muy amigables, nos hicieron reír y gozar por un par de horas. En sus chistes e historias contaban sobre una ciudad llamada Mordheim, decían que esa ciudad estaba llena de riquezas, comida extraordinaria y el mejor tabaco que se pueda fumar. También nos dijeron por un par de monedas, al mocoso de Faloberto no le gustó que pagáramos de su bolsillo, me encantó la cara de su rostro todo rojo jajaja , bueno, ellos nos contaron que en Mordheim se encontraba un objeto maravilloso llamado “Piedra Bruja” y que era sumamente valioso. Alcancé a escuchar que también habían otros que buscaban este objeto y que matarían para obtenerlo, ésta noticia era la adrenalina que mis viejos huesos y mi grupo estábamos buscando.
Finalizando la tarde, tuvimos que huir de los del carnaval. Mi sobrino Faloberto le hizo honor a su nombre de “El hábil”, recuperó sus monedas y demostró su habilidad de no esconder lo obvio, así que gracias a él tuvimos que dormir la noche dentro en el bosque que quedaba cerca del sendero que seguíamos. La noche la pasará colgando de un árbol. Se ve tan chistoso colgando de cabeza! Ja ja ja ja ja ja!

Día 5 
después de “No es de importancia”
Hoy encontramos a dos ogros jugando con mi sobrino mientras colgaba de cabeza. Si sus gritos no nos hubieran despertado, no estaría hoy con nosotros y Dogromirio no hubiera usado su magia de cocinero para calmar a los ogros. Se pelearon por la comida de mi viejo y fiel amigo. Uno de ellos no sobrevivió. Hicimos un trato con el sobreviviente, mi muy buen y viejo amigo le compartiría de su cocina a cambio de su amistad con nosotros. El señor ogro Bulkas aceptó feliz y se unió a nuestro grupo.
Le preguntamos si sabía algo acerca de Mordheim. Nos respondió que era un lugar peligroso y que en estas últimas semanas han habido varios enfrentamientos entre elfos, bestias, enanos, orcos y hasta dragones.
Ya me estoy preocupando, pero el Bulkas nos dice que dicen que la Piedra Bruja lo vale. Ya solo nos faltan pocos días para llegar a Mordheim. Mi grupo está tan emocionado por llegar.
Yo tengo la misma emoción, pero esa emoción comparte una porción de miedo. Mirando el lado bueno, creo que la Piedra Bruja podría hacer un buen fuego para la carne.

Banda de halflings

Diario de Kang el kobold. Semana 4



Kobolds y draconianos
Llevamos un mes en esta ciudad maldita y sus alrededores. Afortunadamente somos guiados por nuestra gran madre Shaladrak y nuestro padre Skaladrak  quienes nos han enseñado el camino de gloria que tendremos con nuestros hermanos lagartos de Lustria. Tanto ellos como nosotros sabemos el valor de la piedra bruja. Esa que ha pervertido a tantos de nuestros padres que nos llena nuestra fría sangre de venganza. Nosotros somos el verdadero orgullo de los padres celestiales de la lengua bífida. Somos la verdadera y correcta forja de la piedra verde en una estirpe orgullosa de Kobolds, Draconianos y dragones que junto con los hermanos eslizones, croxigors  y saurios de más allá de los mares recuperaremos la gloria milenaria de los primeros nacidos.
Es triste lo que el humano hace con la piedra sagrada pero es peor lo que hace el caos con ella.
Kang
Eso lo comprobamos hace un par de días. Cruzábamos por una de esas decadentes calles repletas de asesinos, no muertos y skavens asomados por sus cloacas. Veníamos de enfrentarnos a esos insensatos enanos. No entienden que la piedra sagrada nos fue regalada a nosotros y enviaron a sus matadores contra nuestro líder. Creímos que había muerto bajo las hachas enanas pero Roylerak es un draconiano fuerte y ahora no teme a nada ni a nadie. El volvió más altivo y poderoso que nunca.
Hasta llegar a aquella calle.
Roylerak Nuestro campeon
Andabamos tranquilos y bien escoltados por nuestro gran Roylerak, el sacerdote Jimerak y el poderoso dragon Maxadrak cuando cruzando el puente de aquella calle vimos a esa horda de hombres bestia.
Estábamos cansados de huir, de ser humillados, desde aquel encuentro con los furtivos elfos no habíamos reclamado la victoria para nuestro dios Shotek y la madre Shaladrak. No íbamos a rendirnos esta vez. Nuestra sangre es fría y no debemos conocer el miedo.
Ese abominable hombre bestia
Fue entonces cuando cruzamos el puente que aquella bestia mitad corcel mitad bestia cornuda se abalanzo contra Maxadrak junto con dos bestias bípedas con cuernos y hachas. Encontraron su destino, el poderoso dragón con su inmensa alabarda del grueso de un tronco los ensarto sin misericordia devolviéndolos al abismo.
Rugimos todos embriagados de gloria y nos lanzamos a reclamar una ofrenda de sangre para nuestros dioses. No todo iba a ser tan fácil.
Maxadrak y los hombres bestia en una calle de esas.
Esas bestias cornudas se llenaron de rabia asesina, contra atacaron a nuestros lideres draconianos hendiendo sus hachas locos de venganza en nuestros hermanos, los arqueros desesperados disparaban flechas que rebotaban en los escudos del caos y eran acechados por lobos rabiosos. Todo empeoro cuando un ladino hombre bestia más pequeño que todos subió por la espalda del poderoso dragón y lo golpeo con un garrote en la nuca. Nuestro poderoso Maxadrak caía junto con nuestros bravos héroes en esa calle.
Los hombres bestia y nosotros estábamos sin nuestros lideres. Lo único que hicimos (y yo sé que ellos también) fue vengar sus muertes. Hasta el último draconico peleamos.
Buscando piedra sagrada
Las flechas volaban y las armas golpeaban a diestra y siniestra. El puente se lleno de sangre y tanto amigos como enemigos caían derrotados hasta aquel momento en que los pocos sobrevivientes de los hombres bestia fueron llamados a huir por su sacerdote.  El caos corrió en retirada humillado por nosotros los arqueros y un par de kobolds que somos orgullosos de infundir temor por primera vez en los corazones de los esbirros del caos.
Pero a que precio.
Cuando el polvo de la batalla se disipo, lo único que encontramos fue un paisaje lleno de sangre. La orden era cruzar y continuar fuertes. Si alguno de ellos sobrevivía tendría que alcanzarnos en nuestro próximo campamento pues debía demostrar que es un guerrero digno de la estirpe de los dragones.
Y así fue. Todos nuestros líderes y hasta el gran Maxadrak llegaron al campamento. Roylerak llego con una terrible herida en el pecho pero más fiero que nunca. Rugimos de orgullo al estar todos vivos y listos por recuperar la piedra sagrada de la estirpe primigenia del mundo.
Pero aquellas bestias del caos muy seguramente se recuperaron también. Dicen los que se levantaron del campo de batalla no vieron casi a los enemigos. Solo un cuerpo de hombre  bestia yacía inerte en la calle y seguramente darían cuenta de él las ratas y sus amos.
No podemos bajar la guardia.

Mi banda de dragones, kobolds y draconianos las juego con reglas de hombres lagarto mientras no tenga listas reglas experimentales.

Decimotercera Parte: Alma de asesino

Autor y origen del texto: http://khemri.mforos.com/102910/8705667-la-saga-de-mordheim-historia-solo-lectura

Averland, a finales del tercer mes del año 2000

A lo lejos, oculta tras la cortina de lluvia, se alzaba la ciudad de Averheim. Los tres caminaban con dificultad, pues las dos semanas que habían transcurrido desde que abandonaron la Ciudad de los Condenados no habían bastado para que sus heridas sanasen por completo.

    -Hogar, dulce hogar – dijo Karl con desgana al ver su ciudad natal.

    -¿No te alegra volver a casa? – preguntó Johann.

    -Sí, un retorno glorioso. He vuelto sucio, herido y más pobre que las ratas. Es tal y como lo planeé – respondió el joven.

    -Desagradecido – bufó Marcus.

    -No me malinterpretéis – dijo Karl - , os agradezco que me sacarais de allí. Pero no cumplí el objetivo por el que fui a Mordheim, no he conseguido ni una sola moneda de oro.

    -De eso tendremos que hablar largo y tendido con tu señor padre – respondió el capitán.

Karl bajó la cabeza y guardó silencio mientras caminaban hacia su ciudad bajo la lluvia.

- - - - -

La aldaba de bronce golpeó tres veces contra la gruesa puerta. El mayordomo, que en esos momentos llevaba en las manos una bandeja con dos humeantes tazas de té, cruzó el recibidor y se colocó junto a la puerta. Tras dejar la bandeja en una mesita redonda abrió la puerta y se quedó boquiabierto.

    -Hola, Albert – saludó un empapado Karl.

    -¡El señor ha vuelto! – exclamó el mayordomo, olvidando por un momento el protocolo y abrazando al joven - ¡Entrad, entrad! Por Sigmar, estáis empapados. Dejadme vuestros abrigos, voy a secarlos al fuego.

- - - - -

El encapuchado miraba por la rendija que dejaba la puerta entreabierta. No había perdido ni una sola palabra de la conversación. Giró la cabeza y miró al barón.

    -Ya están aquí, barón. No quisiera privaros de un momento tan emotivo, así que os dejaré solo. Os aconsejo que guardéis silencio sobre mi presencia aquí.

El barón, sudando de terror, asintió. Estaba pálido. El encapuchado se deslizó a través de la puerta entreabierta y se escondió en la primera habitación que encontró.

- - - - -

Karl, acompañado por los dos mercenarios, entró en el pequeño salón. Pocas semanas atrás estaba repleto de mesas y libros, pero ahora tan sólo quedaban dos butacas frente a la chimenea. Durante unos segundos padre e hijo se miraron el uno al otro. Karl cruzó la estancia en dos zancadas y abrazó a su padre, que lloraba al ver sano y salvo a su hijo.

    -Realmente conmovedor – dijo el encapuchado, que había entrado silenciosamente tras los mercenarios.

Levantó ambas manos, cada una con una pistola, y disparó. Karl y el barón cayeron muertos cuando las balas atravesaron sus cráneos. Johann y Marcus se dieron la vuelta y desenvainaron sus espadas. El encapuchado sacó dos cuchillos de su cinturón y descubrió su cabeza, mostrando una cara cubierta de cicatrices recientes.

    -Tú – dijo el capitán - . Pensé que habías muerto.

    -Un puñado de no muertos no sería capaz de acabar conmigo, Johann – respondió Erik - . Ya deberías saberlo. En cuanto a ésto – añadió, señalándose la cara - , ya se curará. Siempre se cura.

Sin previo aviso, Erik se abalanzó sobre sus antiguos amigos. Luchaba a toda velocidad, atacando sin descanso y desviando todos los golpes de los mercenarios. Marcus, que aún se resentía de las heridas sufridas en Mordheim y cuya espada todavía no había sido reemplazada, intentaba situarse a la espalda de su enemigo mientras el capitán combatía con él cara a cara. Por un instante Erik bajó la guardia al detener una de las estocadas de Johann, y Marcus aprovechó la oportunidad para hacerle un tajo en la espalda. Erik gritó y de su herida manó abundante sangre, pero consiguió controlarse y dar una patada al mercenario en la boca del estómago. Marcus cayó sobre la butaca, que volcó y se introdujo en la chimenea. Las llamas prendieron la tapicería y aumentaron su intensidad. Johann embistió a Erik, cayendo ambos al suelo, y le propinó varios puñetazos en la cara. Erik agarró al mercenario por las muñecas.

    -Eres débil – dijo despectivamente antes de empujarle con los pies.

Erik cogió sus cuchillos y se puso en pie de un salto. Dio una voltereta en el aire y cayó sobre su antiguo jefe, hundiendo uno de los cuchillos en el pecho del capitán. Johann gritó durante unos segundos, un último grito antes de quedar silencioso para siempre.

    -Me gustaría saber si también puedes recuperarte de un disparo en la cabeza, hijo de puta – dijo Marcus, apoyando el cañón de su pistola en la nuca de Erik.

Erik rió con una risa carente de toda alegría.

    -¿Serás capaz de disparar por la espalda a un hombre? ¿Realmente tienes alma de asesino?

El mercenario disparó, salpicando de masa cerebral la pared del pequeño salón. El cadáver de Erik cayó sobre el del capitán.

    -Púdrete en el infierno, cabrón.

Marcus tiró la pistola a un lado y contempló la escena. El fuego que consumía la butaca comenzaba a extenderse por la alfombra. El mercenario comprendió que todo el lugar ardería en pocos minutos, y salió de la estancia. En su precipitación tropezó y cayó de bruces en el pasillo. Al volver la cabeza vio que había tropezado con las piernas del cadáver del mayordomo, que yacía sentado con un profundo corte en la garganta. Marcus se alejó del muerto tan rápido como pudo, hasta que finalmente logró ponerse de nuevo en pie. Cruzó el recibidor y abrió la puerta de la calle.

- - - - -

Sylvia, la tabernera, cuchicheaba con una de sus vecinas mientras contemplaba la humareda que se alzaba sobre los tejados de Averheim.

    -Mi marido dice que la vieja mansión del barón von Zwickau está ardiendo – susurró la anciana - . Al parecer ha sido provocado.

    -¿Saben quién lo hizo? – preguntó Sylvia.

    -Vieron a un hombre calvo que salía de la casa corriendo.

La tabernera asintió. Se despidió de su amiga y volvió a su negocio. Cuando giró la esquina, un hombre salió de su taberna con una bolsa cargada. Sylvia reconoció de inmediato a Marcus, pero el mercenario se perdió entre la multitud para no volver jamás.

                                      FIN

Duodécima Parte: La ruta del río

Autor y origen del texto: http://khemri.mforos.com/102910/8705667-la-saga-de-mordheim-historia-solo-lectura

Mordheim, a mediados del tercer mes del año 2000

Johann se puso en pie y salió del edificio. Karl corrió tras él y le obligó a detenerse

    -¿Pero qué te pasa? – gritó, furioso - ¡Ludwig acaba de morir y tú ni siquiera dices nada! ¡Eres un cabrón desalmado!

El capitán le dio un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas, dejando al joven sin sentido.

    -Te has pasado – dijo Marcus.

    -Por lo menos ha dejado de gritar. Ayúdame a cogerlo, nos lo llevaremos a rastras.

Los dos mercenarios, con el joven Karl inconsciente, continuaron calle abajo.

- - - - -

El sacerdote examinó las huellas en la capa de cenizas que cubría el suelo.

    -Son recientes – dijo con voz profunda - . Quien las dejó era grande, no hay duda de que es él. No debe estar muy lejos.

    -Lo atraparemos, santidad – respondió un anciano vestido con harapos que estaba a su lado.

El sacerdote se puso en pie y emprendió la marcha, seguido de una docena de fanáticos armados con guadañas.

- - - - -

Karl abrió los ojos. Se encontraba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en lo que quedaba de una pared. A su lado los dos mercenarios cuchicheaban mientras miraban por los cristales rotos de una ventana.

    -Por Sigmar, me duele todo – se quejó.

Marcus le tapó la boca con la mano, haciéndole callar. Se llevó un dedo a los labios, pidiendo silencio, y siguió mirando por el cristal. Karl se incorporó y miró también. A unos doce metros, junto a los restos de lo que hace poco había sido una taberna, un sacerdote guerrero examinaba algo que se encontraba en el suelo.

    -Lleva así diez minutos – susurró Johann.

    -¿Por qué? – preguntó el joven - ¿Quiénes son?

    -Flagelantes – respondió Marcus - . Vete a saber qué quieren.

    -Nada bueno, eso seguro – añadió el capitán - . Así que será mejor que nos alejemos todo lo posible de ellos.

Los tres retrocedieron, procurando no hacer ruido, hasta perderse en una pequeña calle lateral. Cuando estuvieron seguros de que estaban lo bastante lejos de los fanáticos reanudaron la marcha tan rápido como les permitían sus piernas. Era difícil correr por aquella calle, ya que la pendiente era muy pronunciada y continuamente corrían el riesgo de tropezar y caer rodando. Un olor a quemado llegó hasta los tres hombres, que se detuvieron casi en seco. Avanzaron más despacio, hasta que vieron a poca distancia el resplandor de las llamas. Marcus se adelantó y contempló de cerca las hogueras, descubriendo que lo que consumía el fuego eran cuerpos humanos.

    -¡Agáchate! – gritó Johann de pronto.

Marcus se dio la vuelta y un segundo después volaba por los aires. El responsable era un guerrero de casi tres metros de altura, que blandía una maza tan pesada como un hombre con tanta facilidad que hacía pensar que era de papel. No llevaba armadura, pero su piel estaba formada por una capa de escamas pálidas que le brindaba la misma protección. Marcus aterrizó junto a una de las hogueras y sus ropas prendieron, por lo que rodó por el suelo hasta que se apagaron las llamas. Mientras tanto, Johann y Karl desenvainaron sus armas y atacaron al coloso. El bárbaro rugió de furia, con los ojos inyectados en sangre, y golpeó a los dos hombres con la maza. Johann esquivó el golpe, pero el joven Karl recibió el impacto de lleno en la espalda y cayó de bruces en el suelo. El capitán sacó la pistola de su cinturón y disparó al bárbaro, acertando en el brazo. El bárbaro soltó la maza, que cayó al suelo levantando una polvareda, y gritó de dolor cuando la sangre manó de la herida. Marcus se puso en pie con dificultad y desenvainó su arma con el brazo que aún le respondía, pues el mazazo recibido en el hombro le había roto varios huesos. Atacó al bárbaro, intentando atravesarlo de parte a parte, pero su espada se partió cuando apenas había profundizado diez centímetros en la carne. El bárbaro se giró lentamente y miró al hombrecillo que le había herido en la espalda. Cogió por el cuello a Marcus y lo arrojó contra la pared. El mercenario quedó tirado en el suelo, sin sentido. Johann, que había aprovechado la distracción para recargar su pistola, disparó una segunda vez. En esta ocasión impactó en la rodilla del bárbaro, que fue derribado.

    -¡Por Sigmar!

El grito procedía del sacerdote guerrero. Sus ojos irradiaban una extraña luz, una luz que procedía de la furia y la fe del sacerdote. El martillo, símbolo del patrón del Imperio, pareció estallar en llamas cuando el sacerdote guerrero atacó al bárbaro. Al recibir el impacto el gigantesco guerrero aulló, furioso. Los fanáticos se lanzaron, enloquecidos, contra el bárbaro. Johann ayudó a Karl a ponerse en pie.

    -Creo que me ha roto las costillas – gimió el joven, escupiendo sangre.

    -¿Puedes andar? – preguntó, apremiante, el capitán.

    -Sí, creo que sí.

    -Pues ayúdame a sacar a Marcus de aquí.

El hijo del barón caminó despacio, haciendo gestos de dolor a cada paso. Cuando llegó junto a los dos mercenarios un trueno retumbó entre las nubes. El bárbaro gritaba, pero no era como consecuencia de las heridas causadas por sus atacantes. Algo se movía bajo su escamosa piel. De sus heridas brotaron llamas verdes que después se convirtieron en pequeños tentáculos viscosos. Sus brazos se ensancharon hasta que empezaron a desgarrarse por la línea media, escindiéndose en dos mitades que sanaron en segundos. El bárbaro se aferró el rostro con dos pares de manos. De su frente y de su barbilla brotaron cuernos ensangrentados, y su transformación cesó. El mutante dejó de gritar, pues el dolor había desaparecido. Todos los presentes contemplaban boquiabiertos el blasfemo suceso que había tenido lugar ante sus ojos.

    -Sigmar nos ampare – balbuceó Karl.

De las hogueras salieron sonidos chirriantes. Los restos calcinados de los muertos se agitaron y de su interior brotaron unos seres diminutos. Sus pieles eran viscosas y cambiaban de color cada segundo, mientras que numerosas bocas aparecían en cualquier lugar de sus cuerpos para desaparecer poco tiempo después. Aunque apenas medían un palmo de altura cuando salieron, los demonios fueron aumentando en tamaño hasta alcanzar una estatura similar a la de un goblin.

    -El Señor del Cambio reclama esta ciudad para sí. Aceptad sus dones o morid – dijeron los demonios con muchas voces diferentes al mismo tiempo.

Los flagelantes reaccionaron ante esta nueva amenaza y trazaron arcos en el aire con sus armas. La mayor parte de los demonios esquivaron los filos cortantes de las guadañas, pero los pocos que fueron alcanzados chillaron de dolor al sentir en su carne demoníaca el acero santificado. No obstante, sus gritos se transformaron en carcajadas cuando de las partes cercenadas crecieron nuevos demonios completamente formados.

    -Uníos a nosotros, disfrutad de los dones del Señor del Cambio – cantaron los demonios al unísono antes de saltar hacia los flagelantes.

Mientras tanto, el sacerdote se enfrentaba al mutante. El monstruo nunca había encontrado un rival digno de su pericia, ni tan siquiera cuando tan sólo era un guerrero normal. Los Dioses Oscuros le habían bendecido en varias ocasiones tras demostrar una y otra vez su fortaleza, pero ésta era la primera batalla en la que un enemigo le plantaba cara con tanta eficacia. El mutante atacaba sin descanso con sus puños, dejando olvidada su maza en el suelo, pero el sacerdote paraba todos sus golpes. El monstruo bramó de furia, y éste instante de descuido fue aprovechado por el devoto de Sigmar para contraatacar. Blandiendo su martillo a izquierda y derecha, el sacerdote obligó al mutante a retroceder. Ahora no sólo sus ojos brillaban, todo su cuerpo parecía envuelto en un aura dorada.

    -Vamos, deprisa – dijo Johann mientras se alejaban del combate.

Karl miró hacia atrás a tiempo para ver cómo el sacerdote aplastaba el cráneo del mutante con el martillo. En ese preciso momento, de las nubes descendió un inhumano grito de frustración. El cuerpo sin vida del mutante se sacudió entre convulsiones provocadas por pequeñas descargas eléctricas y estalló en llamas. Las llamas tomaron forma vagamente humana y se pusieron en pie, con sus rostros contraídos en una mueca de odio. La mayoría de los demonios de fuego se abalanzaron sobre el sacerdote, que trató de quitárselos de encima a manotazos, pero algunos persiguieron a los mercenarios. Johann y Karl, con Marcus a rastras, corrían tan deprisa como les era posible. Torcieron la esquina y siguieron calle abajo. Los demonios les siguieron, prendiendo las vigas de madera de los edificios más cercanos. Johann advirtió que los edificios se separaban.

    -¡Creo que ya estamos cerca del río! – gritó a pleno pulmón para hacerse oír por encima del ruido de sus perseguidores.

No habían recorrido ni diez metros cuando vieron el río. La calle terminaba en los muelles, pero en ellos ya no había barcos. Las oficinas del funcionario que controlaba el tráfico fluvial estaban a su derecha, pero habían ardido hacía tiempo y de ellas sólo quedaban restos ennegrecidos.

    -¡Salta al agua! – ordenó el capitán.

Los dos saltaron al río, llevando a Marcus con ellos. Al sentir el frío, el mercenario despertó y luchó por mantenerse a flote. El agua, sucia y espesa, hacía muy difícil la tarea. Y el peso de las mochilas complicaba aún más la situación. Johann fue el primero en desprenderse de su equipo, dejando que se hundiera hasta el fondo, y ayudó a sus compañeros a hacer lo mismo. Karl, cuando pudo mantener la cabeza fuera del agua, miró hacia los muelles. Los demonios de fuego estaban ya lejos, pues la corriente había arrastrado a los hombres hacia el centro del río, y gritaban con furia al ver que su presa escapaba.

    -Lo hemos logrado – dijo el joven, riéndose.

    -Aún no – respondió el capitán con seriedad. El mercenario buscó a su alrededor y vio unas tablas de madera podrida a pocos metros de distancia - . Agarraos a esas tablas antes de que se las lleve la corriente.

Los tres nadaron con todas sus fuerzas hasta alcanzar el improvisado salvavidas.

    -¿Y ahora qué? – preguntó Marcus.

    -Podemos dejarnos llevar río abajo – sugirió Karl.

Johann asintió, agotado. La corriente los arrastró hacia el sur. Los tres miraban hacia las dos orillas. Por todas partes había signos de lucha. En una ocasión vieron cómo los hombres rata asaltaban a un grupo de hombres de apariencia kislevita. A pocas manzanas de distancia, dos hechiceros combatían con llamas y rayos en torno a un fragmento enorme de piedra verde. Una sombra les cubrió. Los tres miraron arriba y vieron que se encontraban bajo el puente, sobre el que se paseaban sin rumbo docenas de no muertos. El puente quedó atrás y la corriente aceleró. Sobre ellos, el convento de las Hermanas de Sigmar ardía en algunos puntos. Pero también lo dejaron atrás. La corriente arrastró a los hombres, hasta que se encontraron ante las murallas de la ciudad. Pocos segundos después, los mercenarios parpadearon por la luz del sol. Se soltaron de las tablas y nadaron hacia la orilla, donde cayeron extenuados.

    -Ahora sí que lo hemos logrado – dijo, riéndose, Johann.

    -Por mí puede irse toda esa ciudad al infierno – añadió Marcus mientras ponía boca abajo su pistola para extraer toda el agua.



Undécima Parte: Pesadilla

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Mordheim, a mediados del tercer mes del año 2000

Ludwig durmió mal, sudando copiosamente y balbuceando incoherencias a causa de las drogas que le habían dado para calmar el dolor. Marcus examinó la pierna del mago y negó con la cabeza.

    -No tiene buen aspecto, se está poniendo morada. Debe tener alguna hemorragia interna, si sigue así acabará perdiendo la pierna.

    -¿No puedes hacer nada? – preguntó el joven Karl.

    -No mucho, al menos no en esta ciudad. Debería verle un médico de verdad.

    -Un motivo más para salir de aquí – comentó Johann, decidido - . Dejadme ver el mapa, buscaré cuál es la salida más cercana.

    -Pues... creo que va a ser un poco complicado, jefe – respondió Marcus - . Lo tenía Erik.

    -Genial, esto cada vez se pone mejor.

    -Podemos ir al río. Como atraviesa la ciudad de norte a sur sólo tendríamos que seguir la orilla – sugirió Marcus.

    -¿Y se puede saber cómo vamos a encontrar el río sin el mapa? – preguntó Karl.

    -Fácil – respondió Johann - . Yendo cuesta abajo. El río recorre el valle y ahora parece que estamos sobre una colina, sólo tenemos que bajar y lo acabaremos encontrando. Marcus, intenta despertar al mago. Nos vamos.

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Franz, un mercenario que lucía el uniforme de Reikland, recorrió el patio de la casa sin detenerse a contemplar el contenido de las tinajas que se amontonaban a los lados. Él y su banda habían entrado en aquella casa, que hacía no demasiado tiempo debía ser propiedad de algún mercader de especias, siguiendo el rastro de algo mucho más valioso que el contenido de aquellas tinajas. Se detuvo en un rincón, donde uno de sus hombres golpeaba con un pico un gran fragmento de piedra bruja. Cada golpe hacía que saltaran pequeños relámpagos verdosos. Franz se agachó y cogió uno de los trozos que había en el suelo, pero lo soltó de inmediato con un gemido de dolor al quemarse la mano.

    -Maldita piedra del demonio – dijo, mirándose la quemadura de la palma de la mano.

    -No te quejes, que a mí me ha salido un sarpullido que me ocupa casi todo el brazo – dijo el del pico, parando su actividad para enseñarle el brazo a su jefe - . Estoy cansado, podrías decirle a Heinrich que me sustituyera hasta la hora de comer.

    -Veré lo que puedo hacer, pero no te garantizo nada – respondió Franz mientras se alejaba en dirección a la casa.

El mercenario penetró en la oscuridad de la casa y subió al primer piso, donde estaba el tercer hombre sentado en una silla junto a una ventana. Heinrich, arma en mano, vigilaba la calle desde la seguridad de su posición. Al oír a su jefe le hizo señas para que se acercara en silencio a la ventana.

    -¿Qué pasa? – preguntó Franz en un susurro.

Heinrich se limitó a señalar a un punto situado calle arriba. Aunque aún no se veían con nitidez a causa de la niebla, eran claramente cuatro bultos oscuros del tamaño de un hombre.

    -Parece que se mueven con torpeza – apuntó Franz - . ¿No muertos?

    -Esperemos que no – respondió el otro mercenario con voz ronca - , porque si vemos cuatro es que vienen muchos más detrás. ¿Está la puerta cerrada?

    -Sí – contestó Franz.

Los mercenarios se agacharon, cada uno junto a una ventana, y contemplaron las sombras que se acercaban. A pocos metros de distancia pudieron ver que las cuatro figuras no eran muertos vivientes, sino hombres llevando casi a rastras a un anciano malherido. Franz suspiró de alivio, aunque no soltó la ballesta con la que apuntaba al grupo. De repente, una explosión sonó en el patio trasero. Los hombres de la calle miraron a su alrededor, alarmados, pero al no encontrar nada siguieron su camino.

    -Voy a ver qué ha pasado – dijo Franz en voz baja.

El mercenario bajó las escaleras despacio, acordándose de saltar el escalón que crujía para no hacer más ruido del estrictamente necesario. Al salir al patio vio que la piedra había estallado en varios fragmentos, llenando el patio de trozos del tamaño de su puño. De su compañero no quedaba rastro alguno. Franz recorrió el patio palmo a palmo, buscando algún resto del hombre, pero sólo encontró la hebilla de un cinturón. Cuando se disponía a volver al piso de arriba para contarle lo sucedido a Heinrich, una lejana campana empezó a sonar.

- - - - -

Los cuatro hombres avanzaban despacio, en parte porque prácticamente tenían que arrastrar a Ludwig y en parte por pura precaución. La niebla se hacía más densa conforme bajaban por la ladera de la colina sobre la que se asentaba aquella parte de la ciudad. A su alrededor las calles, que antes formaban un auténtico laberinto, se distribuían ordenadamente. Los edificios, sin ser palacios, eran notablemente más ricos que las barriadas pobres que habían dejado atrás mientras huían de los no muertos. Johann miraba con nerviosismo a ambos lados de la calle, sintiendo que alguien les miraba escondido en alguno de los edificios. Su corazón dio un vuelco cuando, en alguna de las casas de la izquierda, sonó una explosión. Los mercenarios se detuvieron y buscaron señales de peligro, pero finalmente decidieron que lo mejor era ignorar lo que fuese que hubiera causado ese ruido y seguir su camino sin mirar atrás.

    -¿Te he dicho ya que odio esta maldita ciudad?

    -Sí, Marcus – respondió Johann - . Ahora cállate, creo que nos están vigilando.

    -Por Sigmar, si aquí no hay nadie – masculló para sí mismo el calvo.

El grupo salió de la calle y fue a dar a una pequeña plazoleta. A su derecha se alzaba un edificio inmenso, con los cristales rotos y restos en el segundo piso de algún incendio que ya se había apagado. Las puertas estaban abiertas de par en par. Johann se agachó y examinó la capa de ceniza que se extendía por el suelo, donde una sucesión de pisadas unía el edificio con una de las calles de la izquierda.

    -Son recientes – concluyó, limpiándose las manos de ceniza.

    -¿Saqueadores? – preguntó Karl.

    -Puede ser, pero no sé qué pretendían sacar de ahí. Parece una biblioteca.

El sonido de la campana del convento hizo que se sobresaltaran. En cuestión de segundos, el cielo se volvió negro y la ciudad misma pareció transformarse. Los edificios, antes indiferentes a los ojos de los humanos, se cubrieron con una gruesa capa de moho y óxido y adquirieron una apariencia maligna. Incluso las ventanas, rotas en su mayoría, parecieron transformarse en ojos que los miraban fijamente. Una gigantesca columna de fuego iluminó la ciudad desde el sur, donde debía estar el Pozo, y se dividió en varias nubes de diablillos que partieron en todas direcciones.

    -¡Deprisa! – dijo Marcus, asustado - ¡Antes de que nos vean!

Johann se unió a sus compañeros y levantó al mago por los pies, obligándole a contener un grito de dolor al moverle la pierna herida. Subieron los tres escalones que conducían a la biblioteca y cruzaron el umbral. Dejaron al anciano en el suelo y corrieron a cerrar las puertas desde dentro justo cuando el enjambre de aquellos demonios de fuego sobrevolaba la plaza.

    -¿Creéis que nos habrán visto? – preguntó Karl.

    -No, ya se nos habrían echado encima – respondió el capitán.

Marcus sacó su pistola y apuntó hacia arriba.

    -¿Qué pasa? – preguntó Johann, sacando también su arma y mirando hacia la oscuridad del techo.

    -He visto algo que se movía ahí arriba – contestó Marcus - . Hay algo ahí, estoy seguro.

Los hombres miraron hacia arriba, tratando de ver lo que había sobresaltado a Marcus. La luz procedente de los enjambres de diablillos que revoloteaban por el exterior se filtró por las ventanas e iluminó la estancia. Era un vestíbulo pequeño, con un mostrador a la izquierda. Delante de la puerta de acceso había otra puerta, enmarcada por un arco de piedra, que daba a una habitación llena de estanterías. Las columnas que sostenían el arco estaban decoradas con dos grotescas gárgolas de piedra oscura. Johann contempló las estatuas con curiosidad. Le pareció que una de ellas giraba la cabeza para devolverle la mirada, pero por un momento pensó que la mente le estaba jugando malas pasadas y que todo era efecto de la luz.

    -Juraría que... – dijo Johann.

Como si hubiera estado esperando una señal, la gárgola saltó al suelo y se abalanzó sobre los mercenarios. Marcus y Johann apretaron el gatillo a la vez, volando la cabeza de la estatua viviente. Cuando la nube de polvo se disipó vieron los restos de la gárgola, ya muerta, esparcidos por el suelo. Sin embargo, no tuvieron tiempo de reponerse del susto, pues la segunda gárgola saltó también al suelo como su compañera. Los hombres se apresuraron a cargar sus armas, pero la estatua no les dio tiempo para prepararse. Corrió hacia ellos y saltó, lo que obligó a los dos mercenarios y al hijo del barón a apartarse para no ser aplastados bajo el peso de la criatura. Ludwig, aún inconsciente, no tuvo tanta suerte. La gárgola aterrizó a pocos centímetros del mago y le corneó, hundiendo las astas que adornaban su cabeza en la carne del anciano. Ludwig despertó y gritó de dolor. La gárgola sacudió la cabeza intentando liberar sus cuernos, por lo que el anciano salió despedido por los aires y cayó, sangrando, junto a una pared. Johann embistió a la gárgola y la tumbó en el suelo, pero la estatua se zafó de su atacante y se preparó para contraatacar. El capitán esquivó los cuernos por pocos centímetros.

    -¡Ayudadme! – gritó Johann.

Marcus y Karl reaccionaron y corrieron en ayuda de su amigo. La estatua se vio rodeada y embistió, siguiendo algún instinto animal proporcionado por la fuerza que le daba la vida, contra el primero que se puso ante ella. Marcus huyó de la bestia tan rápido como le permitían sus piernas. Cruzó el arco y se encontró en una vasta sala repleta de estanterías con miles de libros polvorientos a su alrededor. La gárgola saltó y el mercenario la esquivó rodando por el suelo, por lo que la bestia se estrelló contra una de las estanterías y tiró docenas de volúmenes por el pasillo. Johann atacó a la estatua con su espada mientras Karl ayudaba a levantarse a Marcus, pero la hoja del arma se hizo añicos contra la piel de piedra del monstruo. A lo lejos una campana comenzó a sonar, aunque los tres combatientes no la escucharon. La gárgola se puso en pie y se abalanzó sobre Johann, que aún contemplaba con estupor la empuñadura de su espada. La luz inundó la estancia cuando la noche del Caos se retiró, transformando de nuevo a la bestia en la roca inerte que era. La estatua, ya rígida, dejó de moverse y cayó de lado sobre una pila de libros.

    -Por qué poco – jadeó el capitán mientras miraba a la gárgola.

    -¡Ludwig! – gritó Karl antes de salir corriendo en busca del mago.

Cuando llegaron al vestíbulo comprendieron que ya no había nada que pudieran hacer. El anciano yacía en un charco de sangre, con los ojos abiertos y la mirada vacía. Marcus le buscó el pulso en el cuello, y al no encontrarlo le cerró los ojos.

    -Ya han caído tres – dijo Marcus con la voz cargada de ira - . Estoy harto de esta puta ciudad.